IMG_0471Monición de entrada

“Siempre, donde están los consagrados hay alegría”, nos ha recordado el Papa Francisco. He aquí a la Iglesia de Cristo. Recibid un saludo cariñoso, hermanas y hermanos de Institutos religiosos y seculares, sociedades de vida apostólica, nuevas formas de vida consagrada y vírgenes seglares consagradas. Tan distintos y tan hermanos. Sentimos cerca el calor de las hermanas y hermanos contemplativos. Esta Eucaristía es un misterio de unidad y catolicidad. Qué bueno, qué hermoso que los hermanos se quieran.

Comenzamos el Año de la Vida Consagrada, en el cincuentenario del Concilio Vaticano II. Hoy es la fiesta del apóstol Andrés; con él seguimos preguntando a Jesús: “¿Dónde vives?”; con él, seguimos diciendo a los hombres: “Hemos encontrado a Jesús”. Nuestra hermana religiosa carmelita, Teresa de Jesús, se nos hace presente, en el V Centenario de su nacimiento. Estamos en la Catedral de La Almudena, centro de comunión de la Diócesis madrileña. Y todo, al comenzar el Adviento: la Virgen María, Madre de Jesús, llena de Dios en su vientre, nos va a acompañar en la espera de su hijo Jesús.

Hemos venido a orar, a alabar, a bendecir, a dar gracias a Dios. Aquí crece nuestra fidelidad y comunión. Aquí se vive el gozo de haber sido llamados por Jesús. Aquí nuestra debilidad se torna en fortaleza, junto a los hermanos.

El Año de la Vida Consagrada que inauguramos no es hora para complacencias o nostalgias. Es oportunidad de nuevas exigencias, de nuevas fronteras y periferias. “Vamos a la otra orilla”, como nos pide la reciente reunión nacional de los religiosos.

Una misma fe, un mismo amor, una misma esperanza brillan en esta asamblea. Junto a nuestro Obispo Carlos, queremos celebrar intensamente esta Eucaristía. Queremos hacer realidad lo que decimos en la liturgia: “Como los ángeles te cantan en el cielo, así nosotros te cantamos en la tierra”.

 

Acción de gracias, después de la comunión

Padre de bondad que en los cielos estás.

Es momento de comunión, de sentirnos tocados por el misterio celebrado.

Es hora de darte gracias, porque has estado grande con nosotros.

Gracias:

  • Por los hermanos contemplativos, centinelas del misterio de Dios. Ellos nos recuerdan, en medio de tanto ruido, que “solo Dios basta”.
  • Por la riqueza de la vida consagrada que brilla en sus santos, en sus misioneros, en sus hombres y mujeres de ciencia y dedicación a la belleza, en los entregados a la caridad y la misericordia.
  • Por la legión de mártires, cuya sangre derramada purifica nuestra historia y es testimonio de fidelidad y esperanza.
  • Por nuestros ancianos y enfermos que gastaron su vida al servicio del evangelio, y ahora desempeñan el oficio materno y paterno de oración, sufrimiento y consejo.

¡Son tantos de los nuestros que están en la vanguardia misionera, acompañando al pueblo en su dolor, en sus luchas y aspiraciones!

Te damos gracias, Padre Santo, por la gracia y don de nuestros Fundadores e Iniciadores, a través de los cuales, suscitaste en la Iglesia la variedad de familias consagradas, que edifican el Cuerpo de Cristo.

Te alabamos y bendecimos por nuestra vocación, consagración, comunión y misión, vividas en fraternidad. Siempre, como María y siguiendo a Jesús pobre, virgen, obediente.

Al darte gracias, nos atrevemos a creer que nuestra vida evangélica -desde la oración, el trabajo y la inmolación-, tiene sentido para los hombres y mujeres de hoy. Preferentemente, para los pobres y excluidos.

¿Cómo podremos hablar y sentirnos testigos de los bienes del cielo, profetas con credibilidad, creadores de paz y justicia si no es bajo tu mano providente?

Sí, reconocemos que la mejor manera de agradecerte tanto don es ser fieles, cada día, al regalo de aquella llamada en que nos dijiste: “Yo te elegí, te sigo queriendo, cuento contigo”.

Gracias, Padre de bondad.

Conrado Bueno Bueno, cmf